PAULINO CÁRDENAS
El tono va subiendo: “!Rescatemos a México de los políticos!”. Es el clamor popular de indignación y hartazgo. Lo que sucedió en el zócalo capitalino fue una muestra del resquemor que guarda la gran mayoría de los mexicanos contra el mandatario federal. Pese a los consabidos acarreados de siempre a la ceremonia del Grito, hubo insultos al presidente Enrique Peña Nieto, cual la pasión que se desborda en los estadios de futbol; le gritaron ¡eeeehhh… puto!, y otro vocablo también de pasión futbolera: ¡uleeeeero!. Fue algo que en su gestión no tenía precedente en las dos ceremonias del Grito de Independencia anteriores. Hubo rechiflas y algunos detenidos.
No cabe duda que es síntoma no solo del malestar ciudadano que se siente en el país contra el gobierno federal, sino que para los hombres del presidente fue un termómetro que marcó en vivo y en directo la temperatura que priva en el ambiente, de indignación contra la figura presidencial, en las redes sociales cada vez se multiplican más los insultos y los reclamos contra el mandatario, de quien piden que renuncie para lo ya hay una recopilación de firmas. Se convoca a organizarse. Se invita a sumarse a ese propósito. Mala señal.
Son diversos grupos los que piden lo mismo. Unos más moderados, otros de manera más agresiva y soez. El caso es que eso debe tenerlo muy preocupado a él, a su familia, y a los encargados de su seguridad. Incluso había corrido el rumor de que la reunión que tendrá con los familiares de los normalistas de Ayotzinapa, en Tixtla, el próximo día 24, la pensaba hacer en la escuela rural Raúl Isidro Burgos donde estudiaban los jóvenes desaparecidos el 26 de septiembre del año pasado.
Quizá con el termómetro que resultó ser lo del zócalo capitalino la noche del 15, fue suficiente como para no arriesgarse a tal osadía, si es que es cierta la versión. Porque el referente generalizado es el resquemor y el odio, más que el respeto a su investidura. Hasta ahora no se ha revelado el lugar donde se realizaría la reunión del 24, a dos días de que cumpla un año de la desaparición forzada cometida contra los jóvenes normalistas.
Lo de la noche del Grito seguramente le quedó claro a Peña Nieto y a sus asesores de cabecera, que el malestar contra él y su gobierno no es percepción solamente, sino una tajante realidad. Y preocupante para el país. La indignación popular es cada vez más manifiesta. Se quiere paliar con entrevistas a modo y con supuestos aplausos y apapachos fingidos o pagados a donde quiera que va, pero la verdad supera la ficción.
Porque aunque la versión de que iría a la escuela rural de Ayotzinapa en Tixtla, no se confirmara, la rabia que existe entre familiares y amigos de los normalistas desaparecidos no es poca y el día que se reúna el mandatario federal con sus familiares podría verse nuevamente el repudio que se manifestó contra su persona en el zócalo de la ciudad de México.
Ciertamente que el jefe del Ejecutivo anda en busca de recuperar la aceptación y popularidad que tenía y que las encuestas han venido señalando una caída en picada en ese tema. Las causas las sabe Peña Nieto mejor que nadie. Ha sido la cantidad de asuntos irresueltos que se han venido acumulando y que no ha bastado el discurso para que la gente siga creyendo en sus promesas. Los mexicanos lo que quieren son resultados que les beneficie a ellos y a sus familias.
Pero en vez de eso solo han visto que en el poder se despachan con la cuchara grande y además se nombra a un juez venal como el tal Virgilio, que es el monigote que está puesto y dispuesto a justificar la ignominia y defenderla a capa y espada. Eso es lo que, entre otras muchas cosas, tiene indignados a los mexicanos al ver que los políticos llegan al poder a servirse y no a servir. Está el caso de Oceanografía y de OHL, y del grupo Higa, entre otros.
Y está la “fuga” del Chapo Guzmán sobre el cual Gobernación anda ocultando un video de la noche de la desaparición del capo, cuyo contenido es un misterio. Pero ese es otro tema. Por lo pronto lo que está a la vista como preocupación de los hombres del presidente y del mandatario mismo, es lo que podría suceder el día que se reúna el jefe del Ejecutivo federal con los padres de los normalistas el jueves de la próxima semana, sobre todo con quienes simpatizan con la causa de esos denigrantes acontecimientos que han puesto en entredicho a su gobierno dentro y fuera del país.
Para los familiares de los estudiantes desaparecidos, la ‘verdad histórica’ no es otra que una ‘mentira histórica’ con la que se quiso dar carpetazo al caso Ayotzinapa. Sobre todo después de que el Grupo Interdisciplinario de Expertos y Expertas Independientes (GIEI), integrado por cinco representantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), echó por tierra las investigaciones ordenadas por el entonces procurador Jesús Murillo Karam. Señalan los familiares que esa fue una patraña oficial que por supuesto no aceptan.
Porque esos acontecimientos de violencia ligados al crimen organizado, muestran que México está convertido en un nido de delincuentes cuyas bandas organizadas tienen sometido en buena medida a las fuerzas del orden, a las más latas autoridades de la nación y a las propias fuerzas armadas del país. Se cubren unos a otros ¿Por qué? No han querido por ejemplo que se indague en el 27 Batallón de Infantería de Iguala cuyos mandos habrían tenido pleno conocimiento de los hechos en tiempo real.
Por eso y mucho más, no debió extrañarle las manifestaciones de repudio de la noche del Grito que empiezan a soltar la frase-bandera de “!Rescatemos a México de los políticos!”. ¿Qué pasará el próximo jueves 24 cuando se reúna con los padres de los desaparecidos? ¿Y el 26 y el 27 de septiembre cuando se cumpla un año de la desaparición forzada de los normalistas? El ambiente está muy caldeado. Ojalá no se opte por la represión. Históricamente está demostrado que la represión es muy mala consejera y Peña lo sabe. Lo vivió con el caso de Atenco.